Carrera [Doreckmair]

Aún no había visitado completamente Verfallen y ya me estaban ocurriendo cosas.
Hacía poco en el Valle Sin Nombre ocurrió algo que si por mí fuera volvería a repetir. Pero ese día mi intuición me llevó a las montañas Fegher. Eiden se encontraba mejor que nunca, recorría cada trozo de aire con alegría. Rugía como si nunca antes habría llegado a la felicidad y eso me alegró.
Aquellas montañas me recordaban a un pozo sin fondo. Eran altas y finas, sin duda, si no eres un jinete es duro poder subir allí arriba. Eiden me llevó hacia una montaña mediana y luego volvió a recorrer todos los rincones del paisaje. Mientras yo me quedaba contemplando la sinceridad que la naturaleza me enseñaba. Respiré una o dos veces aires y comencé a moverme para así practicar mi equilibrio.
Durante cinco horas estuve una y otra vez haciendo los mismos movimientos, sin embargo no me encontraba cansada, sino al contrario. Tenía ganas de hacer alguna tarea peor, quería moverme por cualquier lugar o hacer cualquier cosa.
De repente se me ocurrió algo.
Vacío.
Mis pies alcanzaron la superficie del límite de la montaña, alcé los brazos, dispuesta a caer en picado.
Era tal la adrenalina que sentía... La libertad que emanaba, la sonrisa que me producía. Quería volver a repetirlo, pero Eiden ya había usado sus dotes para salvarme y en cuestión de treinta segundos mi cuerpo estalló contra su lomo.

-Bien hecho. - Dije con un poco de alegría.

Eiden resopló en señal de aburrimiento, la verdad es que hacía mucho que no me encontraba con nada interesante, recapacité. Cinco segundos más tarde noté el vuelo de otro dragón.
- ¡Oh querido Eiden! ¿Estarás preparado para luchar? - Dije entusiasmada.

Volaba orgulloso, visualizaba las montañas Fegher mientras mis ideas se aclaraban.

Orek presentaba una armadura elegante y yo una capa negra con el logo de la casa le'Nevreasy, sin embargo, nos sentíamos incomodos. "Mirad ahí vuela el hijo de Lord Dorechtly y su dragón" decían algunos, "Fijaos el hijo de Lord Dorechtly" decían otros y eso me fastidiaba.

Ser hijo de una celebridad era abrumador y tener que llevar las prendas de la familia y disfrazar a mi dragón nos era ridículo e innecesario.

Llegábamos y descendimos, ahí me desprendí de mi capa y ayudé a Orek con su armadura.

—Vamos amigo, hay que deshacernos de estos cachivaches- dije y noté en Orek confidencialidad, resopló satisfecho y extendió sus alas de par en par.

Media hora permanecimos en aquel silencioso y reconfortante lugar, —Vamos de aquí— le avisé y me monté en él, acaricié su lomo y ambos suspiramos, —¡Arriba!—

Se elevó rapidamente, valiéndose de sus enormes alas rojas, semejante impulso levanto mi cabello, yo reía, me encantaba sentir como se elevaba a prisa con un lento movimiento de sus alas, pero al ser éstas enormes no era necesario aletear para alcanzar una altura con tanto esfuerzo. Dejó de mover esas imponentes alas y caímos en picada, la adrenalina me invadió, reía en mi adentros, era uno con Orek. De pronto comenzó a girar en un solo eje y desplegó sus alas para permanecer en el aire a metros antes de tocar suelo, una sensación que acojonaría a muchas personas y que si no se tiene entrenamiento físico podría dislocarse inclusive el cuello, sin embargo ese no es mi caso y es el movimiento preferido de Orek.

Volvió a elevarse y se mantuvo en una misma altura, planeando o valiéndose de sus alas para conservar la altura, yo reía, dejaba ir mis preocupaciones, —¡Al carajo el mundo!— de pronto grité y Orek hizo lo mismo, rugió con sentimiento y yo volví a repetir mis palabras.

Orek se silenció de repente y escuché el vuelo de un dragón con dirección hacía nosotros, Orek se mantuvo en el aire en un solo sitio y yo escuchaba... Era un jinete lo deducí porque el vuelo de un dragón salvaje al de un jinete es distinto, muy distinto y algo temprano en la educación de los jinetes de dragón es aprender a reconocer los vuelos.

Vi su figura acercarse y nosotros volamos al encuentro, era un dragón rojo y una mujer Jinete, joven y bella aunque su aspecto no era de familia, pero lo que me cautivó fueron sus ojos color miel, fríos, endurecidos, salvajes, altivos, bellos.

Se mantuvo flotando, nosotros dimos una vuelta en torno a ellos, Orek movía orgulloso su cola con cuernos cristalinos como el rubí, sus escamas absorbieron la luz y la expulsó haciendo brillar sus escamas por unos instantes.

—¡Mujer, dragón os saludamos cordialmente!— dije y Orek resopló asintiendo.

El dragón era hermoso. Vivo y consistente. Pensé en el trabajo que podría haberle costado a aquel muchacho joven, algo más que yo, montar a aquel ser. La mirada del dragón era sincera y sagaz, podía percibir mucha información solo con ver sus ojos. Eiden se apartó un poco de aquel dragón. Nunca había visto a uno, igual que yo con los de mi raza. Pero era hora de saber lo que el mundo nos rodeaba en aquellos momentos. El joven jinete tenía pinta de ser un niño rico, de alta nobleza a juzgar por su vestimenta y la complexión ruda y fuerte de su dragón. Debería de alimentarlo bien. El muchacho me saludó cordialmente pensando que yo le seguiría el juego, pero no dije nada, simplemente me limité a ponerme en pie encima de mi dragón y acercarme un poco más al otro, haciendo caso omiso del ser humano.
De repente escuché el grito de un ave mal herida y rápidamente Eiden comenzó a recorrer en sentido a aquel chillido, bajo mis órdenes. El animal al que le habría ocurrido aquello debería de estar pasándolo mal, así que nos dirigimos a toda velocidad.

La actuación de la jinete de indiferencia hacía mí me asombro pero más aún verla ponerse de pie y acercarse a Orek como si se tratase de un dragón indómito y no un entrenado.

Cautivado la contemplé, nunca antes había visto a una persona tan insensible a otra persona, con tal indiferencia y carácter apático. Le miré con gestos sinceros y pese a no contestar mi saludo no sentí molestia u ofensa, sino, intéres y una lastima que no sé de donde provino.

La analicé y deduje que sería una jinete que aprendió más de su dragón por pura experiencia que dataría de más de una decada, a recibir instrucciones y teoría. Solamente había conocido a un Jinete de ese tipo, y aunque sin rastros de apatía social, si alguien que se encontró con su dragón en la niñez y vivió con él toda la vida, conviviendo y sobreviviendo ambos... "ella es así" pensé. Y algo más fue la fascinación que logré ver al contemplar a Orek, como si fuera la primera vez en ver a un Cristais Vermellos, de entre los dragones rojos los más llamativos. En cambio el suyo era un dragón rojo cola aguda.

Un sonido atrajo la atención de la joven y en un ágil movimiento montó su dragón y voló a su máxima velocidad.

Nos mantuvimos ahí, Orek comenzó a direccionar su cuerpo hacía donde se había marchado la joven y su dragón. —¿Acaso será que quieres ir en ayuda del ave que chilla?—

Orek extendió de pronto sus alas, ascendió y emprendió el vuelo, sentí una angustia en él, el aire comenzó a cambiar dejando que Orek planeara y se limitara a usar sus enormes alas.

Visualizamos a la Jinete y su dragón, se acercaban al animal y nosotros a ellos.

Se trataba de una águila emperador, aves enormes y que en ciertos lugares aún sirven de transporte, ésta era amenazada por un grupo de cazadores furtivos.

Orek se elevó un poco, la jinete se percató de nuestra presencia y pasamos de ella, Orek fue descendiendo mientras lanzaba un poderoso rugido, los cazadores se sobre saltaron y logré escuchar a uno decir, "Es el Jinete Vermello"

Orek descansó en un pico y vimos partir aterrados aquellos seres despreciables.

La jinete se mantenía en el aire, indiferente a mí.

Águila, un águila a la cual mutilaban sucios humanos. ¿Qué querrían de ella? ¿A caso se lo pasaban bien? No quise saberlo, lo único que quería era rescatar a aquel animal. Uno de ellos, un hombre de tez morena y calvo, con un ojo totalmente blanco y el otro muy negro, gritó asombrado.

- ¡Es el jinete Vermello! - Supuse que era ciego, ya que se dirigía hacia todos los lados en busca del sonido de las alas de algún dragon. Comprendí, al escuchar el vuelo del otro dragón, que aquel jinete me persiguió, no sé con qué fines, pero lo hizo.
El caso omiso se apoderó de mi mente, solamente quería rescatar al pequeño águila...
Y para ello tenía que matar.
Ya que estaba en disposición de ataque con Eiden, me acerqué con una sola batida de alas de éste. Toqué su cabeza y cerramos ambos los ojos. Los dos comenzamos a sentir al otro, su fuerza recorría mi alma y viceversa. Nos sentimos parte del otro y sin más dilación abrimos a la vez los ojos.

Ya Eiden y yo éramos uno.

Fui en picado hacia los vándalos, asustándolos, no me percaté de si el otro dragón quería luchar o no. Yo solo iba hacia mi destino.
Los vándalos se agacharon como si de una avalancha se tratase. Eran diez.
Rugí con todas mis fuerzas asustándoles más aún, mas unos pocos tuvieron el coraje de hacerme frente. Sonreí mostrando todos mis dientes y me convertí en humano, bajando del lomo de mi animal. Aún seguíamos unidos.

- ¿Quién eres, niña? - preguntaba un hombre de cabello largo y busto comido por las llamas de alguna emboscada que le habrían tendido en el pasado.
No respondí, algo típico de mí. Solamente me acerqué hacia él con las manos cerca de mis cuchillas, pero no tocándolas. Mis pies ya no eran mi motivo de sufrimiento a pesar de estar entre rocas afiladas. Miré fijamente a aquel hombre, sonreí sarcásticamente y me agaché.
Di un salto y me coloqué en los hombros de aquel inútil cobarde. Él solo gritaba de dolor, y yo gritaba de placer.
Cogí mi cuchilla y di un corte seco en aquel cuello, me encantaría haberme divertido más, pero aquella águila necesitaba mi ayuda, desangraba mucho.
Miré hacia los otros vándalos, los cuales quedaban menos, no me pregunté porqué, pero quería darle una lección a los que quedaban.

- ¡No me hagas nada! - gritaba desesperado un hombrecillo enjuto. - ¡Tengo familia e hijos!
- ¿Familia? ¿Hijos? Tú, cobarde ¿No te has parado a pensar que esa criatura también los tiene? ¿Piensas que eres el centro del mundo? Claro, los seres racionales dominamos todo cuanto deseamos, lo demás para nosotros es una mierda.
Una mano la agarré a su hombro y la otra tras su espalda, le metí un pisotón y lo tiré al suelo. El puntapié asomó de mi ira y esa rata se encorvó del dolor.
- Aprende, imbécil. Hay peces más gordos que tú, así que no te metas con los más indefensos.

Dejé aquel cuerpo en el suelo y fui directamente a mi destino, aquel ave mal herida. Rápidamente desgarré un poco de mis harapos y limpié la herida. La habían golpeado con una piedra y luego una flecha pendía de su cuello. El ave no sobrevivía por mucho tiempo. El palpito de su corazón se apagaba y la llama de sus ojos colgaba del hilo de la muerte.
Encontré un palillo afilado y extraje la flecha. Posteriormente tapé la herida con el trapo que antes utilicé. Cerré los ojos al águila y la acogí entre mis brazos.

Me dirigía hacia el vacío, donde ella caería en un momento, siendo libre como antes lo fui yo, sintiendo el roce del viento en sus alas y volando por última vez.

Pongo total atención a todo lo que hace la joven jinete, salvaje, con desprecio a los humanos y supongo las otras razas inteligentes y de actuación similar en Rihm.

Con su desmesurado interés con los animales y la forma ruda en la que hace frente a los amenazantes.

Pero y apesar de concordar con la objetividad de su visión del mundo animal en el que supongo vivió sino toda, gran parte de su vida. Mi educación y mentalidad me fuerzan a defender la vida de aquellos malhechores que aún vivían pues la jinete había actuado más rápido que yo.

Bajé de Orek que me impulsó a llegar hasta el primer cadáver, veo la herida en su cuello y como sigue su cuerpo sin vida desangrando, camino hasta el siguiente que agoniza y que no podrá salvarse y miré a los otros dos con unos ojos de sentencia.

La Jinete con sus cuchillas gira para, supongo, terminar con el resto de cazadores.

—No tengo idea de que piensas hacer, pero dime... ¿Quién eres para juzgar a otros, qué te dice que estos hombres atacaron al ave por simple gozo y no por necesidad alimenticia?, no estás de acuerdo de que el hombre se alimente de animales... ¿entonces de qué deberían alimentarse... de qué te alimentas tú?— cuestioné.

—Si no entiendes el mundo de la civilización, no quieras sentenciar a base de una vida salvaje, que al final y sin que lo notes te convertirás en esa injusticia que crees se debe abolir para con el hombre— continué, noté en ella un incremento de ira, sus gestos se endurecieron y dudé de que entendiera lo que había dicho y no interpretara a algo que generara un conflicto entre nosotros.

Orek extendió sus enormes alas pendiente a lo que ella o su dragón pudieren hacer, mientras a mi espalda los hombres se arrinconaban en una esquina y no paraban de temblar.

Me detuve. No solté al águila en aquel momento. Me agaché cuidadosamente y la deposité en el suelo. Respiraba agitadamente, no duraría por mucho tiempo.
Miré a aquel jinete y me dirigí lentamente hacia él. Mi rostro era neutro, sin expresión. Poco a poco el rostro se hacía más presente en mi cerebro y paré más o menos a un metro de distancia de él. Alcé la cabeza hacia un lado y volví a situarla de manera correcta. No quería decir palabra alguna, solo quería transmitir a aquel jinete con solo una mirada, lo que se sufre al ver lo que hacen con tu dragón, al sentir cómo intentan matarlo por dentro y como experimentan con él.
Sentí asco al recordar las palabras de aquel jinete, no por el sermón, si no por lo verdaderas que eran. Mas mi pensamiento no cambiaría, podría ser verdad lo que dijese, pero yo no mataba por matar, y se veía bien claro lo que hacían con el águila. Aquellas magulladuras y aquel malestar no era por otra cosa si no por haberla maltratado. Comprendía la supervivencia de aquellos humanos, pero pensando con lógica no iban a subur a las montañas Fegher para matar a un águila vieja, teniendo en los montes más cercanos a su aldea aves más jóvenes y comestibles.
Si hacían eso al águila era por pura diversión, alguna apuesta desaliñada.
No le contesté al jinete, pero miré a su dragón. Podría ser bueno en velocidad, presentaba unas patas rudas a la par de ágiles.
Volviendo a lo que pretendía hacer, di media vuelta y me dirigí al águila, la volví a coger y la alcé al precipicio. Sería una muerte digna de un ser imperial como ella, por lo tanto, sin pensármelo dos veces, cerré los ojos abultados del pobre animal y lo dejé escapar junto al viento, provocando que su cuerpo danzara por última vez, sintiese el aire en su cabeza y fuese libre.

La jinete se mantiene en quietud, sin moverse.

De pronto, siento un sentimiento que invadió, algo más que mi cuerpo... mi espíritu. Es ella, veo en sus hermosos ojos miel, una muestra del dolor que sufriría Orek en una situación semejante.

Sin palabras, con su energía me hace sentir que aquellos hombres no buscaban alimento y concuerdo, lo supe, lo sé, más sin embargo, no puedo permitir actos violentos, justicia tomada a mano propia y que culmine en una muerte para el infractor.

Mi padre, Lord Dorechtly me instruyó así y pese a conocer la injusticia, no está en mí sentenciar a muerte, doy media vuelta mientras ella continúa con la ceremonia.

—Hicieron mal y pagarán en prisión— les dije, ellos asintieron aún con el terror que les provocó la jinete en sus ojos. —Gracias jinete Vermello— dijo uno de ellos.

Me volví hacía la jinete y me hinqué, hice una oración para la águila. La jinete me miró como solo ella podía hacerlo y me puse en pie.

Le asentí, sentí una admiración hacía ella, no por su actitud violenta o su ira, sino, por el entendimiento con la naturaleza, con los animales, por ese desarrollo de energías, por la supervivencia y la vida en la que solo me imagino pudo haber sufrido, vivido.

Pero comprendí que no podía demostrar esa admiración, no a una mujer fría e indiferente. Solo podía...

Me quité una daga, hecho de un cuerno de Orek.

—Ésta daga posee el cuerno más pequeño de la cola de Orek mi amado compañero, como podrás apreciar es más bello y vivido que el rubí, emana energía. Cada año y medio, Orek muda de piel, sus escamas que surgen son más brillantes, pero de su muda, la único que conserva su propiedad son sus cuernos... tallé la daga a partir del cuerno y Orek mediante su ácido terminó por darle la forma que yo no pude precisar— hice una pausa, y como me lo esperaba la jinete no presentó ningún cambió en sus gestos.

—No solamente sería muy apreciable para mí que la conservaras sino también para Orek, deja que esta daga te acompañe y sientas la energía de Orek que siempre vivirá en ella, la alianza de los Cristais Vermellos te reconocerá y quizás algún día los dragones te permitan entrar a su nido, uno de los lugares más bellos. Que esta daga te traiga recuerdos de mi dragón, que sé pronto olvidarás mi rostro y aunque sé no te interesará saberlo, es una falta no haberme presentado... soy el Jinete Vermello— hice una reverencia.

—¡Qué el tiempo y los dragones de Verfallen encaminen tu espiritu al sosiego, que te acogan a la calidez y te ayuden a comprender al hombre y su estupidez. Así como nosotros tenemos mucho que aprender ustedes también, y espero que llegue el día de volver a encontrarnos y que nuestro aprendizaje nos lleve a una converzación que sí te sincero eres la persona más interesante que nunca conocí... hasta luego jinete, hasta luego dragón!— vuelvo hacer una reverencia pero esta vez al dragón.

Doy tres pasos adelante dejo la daga en el suelo y monto a mi dragón, Orek extiende sus enormes alas, coge a los hombres con sus garras y se eleva, volamos hasta dejar atrás a la jinete.

“No supimos sus nombres, pero mi corazón la recordará como la Jinete Impasible”

- Ni de coña. - Dije cuando el jinete comenzó a volar.

¿Pensaba que iba a aceptar su regalo? Lo tendría crudo.
Después de unos momentos dubitativos llamé a Eiden, me monté en señal de ataque y comenzamos a volar hasta encontrar a lo lejos al Jinete Vermello. Comenzamos a volar más rápido hasta situarme al lado de él. Lo miré y le grité:

-¡¿Crees que te lo voy a aceptar?! - Mi corazón dio un vuelco, tenía una idea. No quería irme de aquí sin antes divertirme un rato, la daga podría ser motivo de mi disfrute. - ¡Si quieres que te acepte la daga, te propongo un trato, pero antes debemos de aterrizar en alguna montaña cercana!

Eiden y yo comenzamos a buscar alguna montaña algo más cercana y alta. Encontramos una que disponía, en sus precipitaciones, árboles pequeños. Me gustó la estructura de aquella montaña y alcé el vuelo hasta llegar a su copa.

Eiden aterrizó apoyando primero las patas delanteras y luego las traseras. Se mostraba orgulloso, fuerte y seguro, sabíamos lo que queríamos.
No sabía si había llegado ya El Jinete Vermello, pero comencé a hablar por la respiración de su dragón.

- Te propongo una carrera de dragones. Si gano yo no me das esa daga. Si ganas tú la recibiré encantada. - Odiaba tener que hablar, mi voz no concordaba con mi presencia, era aguda. - ¿Te parece, o debes de atender algún asunto mayor, Jinete Vermello?

El cielo comenzaba a encapotarse, si aceptaba la carrera iba a ser algo muy duro, a la par que sabroso. Eiden se mostraba impaciente, al igual que yo. No pensaba en ganar, no pensaba en perder. Solo quería disfrutar de una agradable carrera, sentir la velocidad, la adrenalina, el conjunto de Eiden y yo de una manera perspicaz y asombrosa. Aquel Jinete se veía instruido, por lo tanto podría ser un buen contrincante, podría igualar a un halcón peregrino, el ave más rápido de todos los tiempos. Pero yo ya lo superé hace unos años, podría ser interesante, reitero.

La jinete hizo lo que yo esperé que hiciera, rechazara la daga lo que me ayudó a seguir comprendiendo sus actitud, que mujer tan especial, tan cautivadora, tan indiferente aunque no esperaba el reto que planteó una vez nos hubiera alcanzado.

Llegamos al lugar a la que la jinete nos condució.

—Antes de iniciarse la carrera, se presentan los jinetes y sus dragones; ustedes ya saben quienes somos sería su turno...— hice una pausa. —Aunque si sincero, creo que esa formalización no la harán pues seguro la ven como una estupidez— continúe y solté una risilla, Orek sacudió su cuerpo.

Miré el cielo y respiré, me pregunté si tenía experiencia, yo había hecho bastantes carreras, aunque su mayoría en Sede de Jinetes de Dragones, solamente había hecho dos carreras en las montañas de Fegher, contra mi padre el Jinete Velocidade y su dragón Fehlgyr, el ser más veloz que nunca antes había conocido Rihm, el dragón solitario y un dragón que solo conocen los que frecuenten a mi padre, pues antes de que mi padre lo montara no se conocía su existencia. Obviamente nunca lo superaba.

—Nos encontramos cercas del valle sin nombre, podemos adentrarnos en él, al llegar al lago descenderemos al ras de éste, luego subiremos por la cascada alcanzando las nubes, seguiremos hacia la cueva de la U, descenderemos planeando y tomaremos dicha cueva que nos re direccionará para regresar hasta éste mismo lugar tomando el bosque de Fegher, el viaje de regreso será vuelo libre, y quién llegue aquí primero, será el ganador—

Si no estás de acuerdo, plantea el camino.

Suspiré y esperé su respuesta.

El jinete propuso un recorrido que no desprecié. Eiden se mostraba nervioso, ambos sabíamos las normas de protocolo, había leído bastantes libros.
Supuse que se confiaría, nunca he tenido contacto con la especie humana ni con otro dragón que no fuese Eiden, sin embargo mis carreras han sido solas y exclusivamente con animales salvajes; éstos me han proporcionado la velocidad necesaria para vencer a quien me proponga; no sé cómo volará el Jinete Vermello, pero supongo que será un duro rival.

- Izel Cetyaol. Este es Eiden, mi dragón. - No hago reverencia alguna, me subo a mi dragón y espero a que mi contrincante se prepare. "Así verás que incluso los más salvajes tienen modales" me digo a mí misma.

Me subo a Eiden en posición de ataque, quiero decir, de pie. Me agacho sin doblar las rodillas hasta poder tocar su cabeza con la punta del dedo corazón, esto supone la unión de los dos en uno.
Mis ojos comienzan a ver como los suyos, mi espalda siente unas alas imaginarias y mis piernas se convierten en grandes pilares masivos, hipotéticamente hablando, claro.
Espero a que El Jinete Vermello de la señal.

Me recoste en el lomo de Orek y le acaricié, me reincorporé y sentí el calor de sus escamas, las vi soltar un brillo especial, lo vi excitado y me sentí igual, sonreí como nunca lo había hecho frente a un rival. Suspiré y miré a Izel, luego a Eiden y Orek hizo lo propio con una reverencia y clavando sus ojos en los de Izel.

Orek se puso a dos patas y yo bien sujeto reí, sentí un enorme querer para con Orek, me llegaron recuerdos y de pronto abrió sus colosales alas, alas que superban las medidas de Eiden y que yo sabía que eso no era una ventaja, pues, Fegher tiene unas alas inclusive menor que Eiden y es inalcanzable, yo comprendía que las alas no daban total velocidad a un dragón o cualquier criatura que se valiera del vuelo.

Orek comenzó a mover sus alas y nos elevamos en una sola dirección, Izel y Eiden hicieron lo propio.

De pronto saqué una brillante moneda de jade.

—Arrojaré la moneda al suelo, cuando ésta haga contacto con la tierra iniciará la carrera— dije.

Esperaba ansiosa el impacto de la moneda hasta el suelo. Cerré los ojos mientras escuchábamos, Eiden y yo, el sonido de aquella moneda contra el suelo.
Había leído cosas sobre aquella esfera. Todo ser trabajaba, estudiaba y vivía por y para aquella moneda. Pensé de manera fugaz como era posible que aquel personaje, el jinete, hubiese tirado al azar la circunferencia. Optimé por observarlo, ropas nuevas, dragón limpio, rostro limpio, cabeza altiva. Todo apuntaba a que podría ser alguien de la realeza.
Sin embargo, algo sugestionó mis pensamientos; estaba compitiendo contra un ser que no había visto un humano en su vida, que solamente vivía de las hierbas que le proporcionaba la madre naturaleza y la caza para la supervivencia.
Por los libros, un noble nunca le dirige la palabra a un criado, o en mi caso, proscrito. Siempre tiene que estar altivo, despreciar a la índole inferior. ¿Por qué mantuvo una conversación, o mejor dicho, unos momentos de su vida, conmigo?

Sonó el estrépito contra unas aguas muy lejanas de aquellas montañas, la carrera había comenzado.
Cerré los ojos y Eiden echó el vuelo, quise dejarme llevar por el viento, alcé las manos para adquirir más velocidad y mi pierna derecha se colocó tras la izquierda.
Abrí de nuevo los ojos, pero con mirada de dragona.